Wednesday, March 02, 2005

Un brillante porvenir

Los documentos que a continuación podrán ustedes leer son dos de los mejores trabajos que, en torno al tema del obituario personal, escribieron nuestros colegas Andrés y Miriam Berenice. Desenfado, libertad creativa, expresividad y sentido del humor, serían algunos de los rasgos que estos egos desmesurados ponen a nuestra alegre consideración. Espero que esta lectura les sea tan feliz como la mía lo fue. Por cierto, los más envidiosos notarán que uno de ellos cumple los requisitos solicitados, mientras que el otro no. ¿Por qué entonces merece este último la distinción de ser publicado? Lección uno: la vida es injusta.


Mercado Rivera Andrés


MI OBITUARIO

Yo trabajaba en un Wal-Mart como botarga de vaca de Alpura. Desde pequeño había querido ser botarga y además, mi animal favorito eran las vacas; por lo tanto yo era feliz en mi trabajo: saludando como baboso todo el día, luciendo unas relucientes y rosadas ubres, y rodeado de edecanes buenonas.

Era un día bueno, las ventas iban bien, los niños correteaban por el pasillo de lácteos y yo les daba probaditas de yogurt, cuando dieron las dos, mi hora de comer. Había quedado de verme con mi esposa, quien era ni más ni menos que Amy Lee (vocalista de Evanescence) a quien conocí en mi juventud cuando yo tocaba en una banda de metal, y de pura suerte le abrimos a su banda en una tocada. Ella quedó enamorada desde la primera vez que me vio y fue tanta su insistencia que tuve que casarme con ella.

Decía entonces, me había quedado de ver con ella justo afuera del supermercado; cuando de repente lo vi…ahí estaba él… justo enfrente…mi enemigo más odiado. Saludando a la gente que pasaba, pavoneándose de su rechoncha figura y su sonrisa de idiota, bailando el “Za, za, za”: era el Doctor Simi.

Nos habíamos odiado desde la primera vez que cruzamos nuestras miradas, justo en ese mismo lugar, hacía ya casi un año que había llegado la Farmacia de Similares a la misma calle donde se encontraba el Wal-Mart. Teníamos ya un historial de rencillas y peleas el Doctor Simi y yo, por lo que la reacción fue mutua: corrimos y nos agarramos a trancazos. Yo le mordía una pierna y él me ahorcaba, yo le hacía un candado lagunero de Blue Panter y él una hurracarrana en todo lo alto, yo le daba un gancho al hígado y el me daba zapes guajoloteros. Así duramos aproximadamente diez minutos hasta que nos separamos y nos quedamos viendo el uno al otro. Empecé a hacer le recuento de los daños en mi disfraz. Ese fue mi error. Me di cuenta que me había arrancado los cuernos del traje. Lleno de furia me abalancé ciegamente sobre él cuando sus enfermeras me tendieron una trampa.

Sin darme cuenta me habían rodeado cuatro de ellas, cubriendo mi retaguardia, armadas peligrosamente con inyecciones de penicilina. El primer aviso del ataque traicionero fueron las punzadas de dolor en la espalda, acto seguido me encontraba revolcándome en el suelo como perro rabioso debido a que yo era alérgico a la penicilina. Mi amada, que había visto todo desde la esquina contraria se acercó corriendo y se arrodilló junto a mí, sostuvo mis ubres y mi cabeza con sus tiernas manos y me miró con desesperación. La dosis de penicilina había sido tal que yo estaba convulsionándome, moribundo. Sólo abrí los ojos para ver las lágrimas en su cara, y los cerré para siempre.

Al día siguiente fue mi funeral. Vestido con el traje de vaca de gala; es decir, el de vaca holandesa, con manchas anaranjadas, fui enterrado. A la ceremonia se dieron cita familiares, amigos, admiradores, y claro, toda la escena del hardcore, heavy metal y trash. Mi bella esposa no tardó mucho en unirse a mí, por la gran angustia que sentía al no tenerme a su lado.

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